Formar cuerpos en movimiento: el rol del ejercicio en la infancia para una vida saludable
26 may 2025
En un mundo donde el sedentarismo infantil se ha convertido en una preocupación creciente, cultivar una relación positiva con el movimiento desde la niñez no es solo deseable, sino esencial. Numerosos estudios han demostrado que la actividad física durante los primeros años de vida no solo mejora la salud física inmediata, sino que también moldea actitudes y comportamientos futuros en relación con el autocuidado y la salud mental.
Según el Prevention Research Center on Nutrition and Physical Activity de la Universidad de Harvard, la actividad física regular en la infancia ayuda a desarrollar huesos y músculos fuertes, mejora la capacidad cardiorrespiratoria y reduce el riesgo de desarrollar enfermedades crónicas como diabetes tipo 2, hipertensión y obesidad más adelante en la vida. Además, la evidencia sugiere que niños físicamente activos muestran mejores niveles de atención, regulación emocional y desempeño académico.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) también subraya que los niños de 5 a 17 años deberían realizar al menos 60 minutos diarios de actividad física de intensidad moderada a vigorosa, pero las estadísticas muestran que una proporción alarmante no alcanza este mínimo. ¿Qué podemos hacer, entonces, como adultos conscientes, para fomentar en la infancia una cultura del movimiento?
Del ejemplo al acompañamiento: ¿Cómo ayudarlos a moverse?
En primer lugar, el modelado adulto es una de las herramientas más poderosas. Los niños observan y reproducen lo que ven. Padres, madres y referentes que integran el movimiento a su vida diaria (ya sea a través del entrenamiento, el deporte o actividades recreativas activas) transmiten con el ejemplo que moverse es parte de una vida plena y disfrutable. Como señala el Stanford Medicine Children’s Health, los niños de familias activas tienen más del doble de probabilidad de mantener hábitos de ejercicio en la adolescencia.
Además del ejemplo, es clave proporcionar oportunidades diversas para el movimiento. No todos los niños disfrutarán de los mismos deportes o actividades físicas, por lo que es recomendable ofrecer opciones: danza, artes marciales, juegos al aire libre, ciclismo, caminatas en familia. Cuanto más temprano se exploren estas posibilidades, más probabilidades habrá de que el niño desarrolle una conexión auténtica con alguna forma de movimiento.
Otro elemento fundamental es vincular el ejercicio con el placer y no con la obligación o el rendimiento. Premiar el esfuerzo por sobre el resultado, destacar las sensaciones agradables que acompañan al juego físico y evitar comentarios sobre el cuerpo o el peso, ayuda a construir una relación saludable con el propio cuerpo. En este sentido, se recomienda un enfoque orientado al bienestar integral, y no exclusivamente al logro atlético.
La importancia de crear rutinas en familia
Por último, crear rutinas familiares donde el movimiento tenga un espacio como caminatas al terminar el día, juegos en el parque los fines de semana o momentos de danza en casa puede convertirse en una poderosa estrategia para construir hábitos duraderos.
Fomentar actividades físicas en familia no solo contribuye a la salud corporal de todos sus integrantes, sino que fortalece los vínculos afectivos y transmite valores como la constancia, la cooperación y la alegría compartida. Cuando el movimiento se convierte en una experiencia colectiva —ya sea a través de caminatas, juegos al aire libre, salidas en bicicleta o clases recreativas— los niños no solo reciben un estímulo físico, sino también emocional: se sienten acompañados, valorados y motivados. Estudios como el de Sigmund et al. (2020), publicado en BMC Public Health, muestran que la participación familiar activa es uno de los factores más influyentes en la adherencia infantil a hábitos de ejercicio a largo plazo. Por eso, integrar rutinas de movimiento en la dinámica familiar no debe verse como una obligación adicional, sino como una oportunidad para crecer juntos, cuerpo y mente en movimiento.

En síntesis, fomentar una vida activa desde la infancia no es un proceso automático ni lineal, pero es posible si como adultos creamos entornos que valoren el movimiento, prioricen el juego y celebren la salud más allá de los resultados. Porque, como sostiene Jean Piaget, el juego cumple una función central en el desarrollo infantil, siendo una forma privilegiada de asimilación de la realidad (La formación del símbolo en el niño, 1945).
Recuerda que “Jugar no es un descanso del aprendizaje. Es un aprendizaje interminable, encantador, profundo, atractivo y práctico. Es la puerta al corazón del niño.” Vince Gowmon.
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Psicóloga y alumna certificada de la academia.